April 04, 2011

EL REY DAVID: ad hominem, ad urbe


Para la mayor gloria de Dios.
Miguel Ángel


Seis efigies preceden el tránsito hacia la portentosa figura del más controversial de los monarcas de Israel. Todas son obra del cincel de Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) y anuncian solemnes la imagen de David (1504). Para ningún visitante de la Galleria dell’Accademia en Florencia es un secreto que lo que los lleva a entrar a este recinto es la celebérrima escultura del personaje mítico del Antiguo Testamento (Fig. nº 1). El David es su motivo, David es nuestra búsqueda.
Figura nº 1
Vista del pasillo que conduce al David de Miguel Ángel
en la Galleria dell’Accademia, Florencia.


No siempre el David estuvo resguardado bajo la cúpula especialmente diseñada en el siglo XIX para albergar su elegante figura. Su lugar estuvo originalmente signado en la Piazza della Signoria (a la entrada del Palazzo Vecchio) en la misma ciudad. Allí debía irradiar la fuerza y juventud de una urbe pujante, cuya gallardía había trazado límites a sus enemigos, gritándoles serenidad ante sus amenazas. La historia bíblica del joven David contra el gigante Goliat tenía para comienzos del siglo XVI tanta vigencia como en el siglo X a.C. Florencia se erguía soberana en los primeros años del Cinquecento, pero ¿hizo lo mismo David en nombre de su pueblo? ¿Fue David el monarca que inyectó fuerza y renovación al pueblo judío? ¿Fue David el polémico personaje que los textos bíblicos nos han legado? ¿Existió realmente David?
Las opiniones están divididas y los radicalismos en torno a este asunto no se hacen esperar. El Antiguo Testamento es, sin duda, la fuente principal de información para cualquier historiador que pretenda acercarse al personaje. Empero, no puede ser en modo alguno la única fuente, pues sería como tener sólo una visión de los hechos, que pudieran –en cualquier caso- incluso no haber tenido lugar.  Esto ya ha sido advertido por los profesionales de la Historia como disciplina desde hace un buen tiempo. En este sentido, algunos han llegado a comparar el oficio de historiador con el de un investigador, quien lleva a su acusado (el hecho histórico) a un proceso penal, en el cual la corte interroga a los testigos, examina las pruebas y valora los indicios para llegar finalmente, en virtud de los elementos recogidos, a un veredicto que se supone una reconstrucción auténtica y normativa de los acontecimientos.[i]
Sin embargo, debemos reconocer que la tarea de comprobar la veracidad histórica de los relatos bíblicos –o de parte de ellos- pudiera ser más árida de lo que desearíamos. No en pocos casos la Biblia es la única fuente de información y no existe modo de cotejar versiones.  Si a esto añadimos que debería dejarse de lado el empleo de conceptos como Pueblo de Dios al hablar del antiguo pueblo de Israel –por su entrañable dosis de subjetividad-, cuando su historia está imbricada en el la fáctica aceptación de su cualidad de elegidos,[ii] el camino no se nos hace menos empinado.
Con todo, hablar de el rey David, implica hacer una obligatoria referencia a la ingénita necesidad de toda sociedad a tener una cuna de oro, pues si algún pueblo ha explotado esa idea de haber sido los únicos escogidos por Dios, sus criaturas predilectas, es justamente el pueblo al cual perteneció este personaje.  En el Segundo Libro de Samuel Dios le envía un claro mensaje a David a través de Natán:
Voy a hacer que tu nombre sea famoso entre los grandes de la tierra. Yo fijaré un lugar para mi pueblo, Israel; allí lo plantaré y allí se quedará. Ya no lo molestarán ni lo seguirán oprimiendo sus enemigos como antes, desde el día en que constituí Jueces sobre mi pueblo. A ti te he concedido la paz, y te haré descansar de todos tus enemigos. Además, yo, el Señor, te hago saber que te daré una dinastía… Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí y tu trono será estable eternamente.[iii]

Lo anterior debería borrar cualquier sombra de duda en cuanto a la cualidad de   David   como   personaje   especialísimo  dentro  de  la  historia  del  pueblo  judío. No obstante, a los ojos del historiador esto luce más como el argumento imprescindible de toda “historia sagrada” que, por encima de cualquier cosa, busca el aura diáfana de la  legitimidad que aleja, con su luz, cualquier macula de bastardía.
Si seguimos los relatos bíblicos, en principio, durante el reinado de David se inicia la verdadera consolidación del antiguo patrimonio israelítico-judaico de tradiciones.[iv] Estos mismos relatos ofrecen, del lapso ligado a David, un detallismo probablemente no superado por ningún otro episodio del Antiguo Testamento.[v] En nuestro caso ha llamado bastante la atención la estrecha relación de este heroico rey con su ciudad, la llamada Ciudad de David, Jerusalén.
Hábilmente, David, siendo ya rey de Judá y de Israel, asume el reto de conquistar una ciudad de extraordinario valor estratégico y que, en comparación con su actual ciudad real (Hebrón) lucía como el punto más apropiado para convertirse en la nueva residencia de un soberano que crecía en poderío. Jerusalén reunía las mejores condiciones para el plan de David, esto es, para dominar sus dos estados parciales desde un punto, que se encontraba exactamente entre los dos.[vi] El sagaz guerrero, otrora vencedor del gigante Goliat más por astucia que por fuerza, conquista la ciudad con sus propios mercenarios y no con los ejércitos de Judá ni de Israel.[vii] De modo pues que no debe la ciudad a nadie, es suya y como tal la tratará. Jerusalén es la Ciudad de David.
Este interés urbano del monarca no debe tomarse a la ligera. En el relato bíblico, Dios le envía el mensaje, ya citado, a David luego de haber conquistado Jerusalén y después de haber trasladado a esta ciudad el Arca de la Alianza, que es ni más ni menos que el símbolo religioso más valioso del pueblo judío, al menos para entonces. Desde el punto de vista histórico, esto no reporta aportes sustanciales que nos lleven a valorar la figura de David como un personaje de hechos comprobables en el marco de una disciplina que pretende alejarse de los datos de leyenda y mitología. Pero si consideramos la nutrida lista de contradicciones de todo tipo que pueden hallarse en los textos bíblicos, por razones de muy variadas que no son de nuestro interés aquí, sorprende la extraordinaria coherencia de –al menos esta parte- del relato sobre David y su reino.
Aunque tal vez jamás pueda llegar a comprobarse con veracidad la historia de David, vale destacar que los historiadores trabajan normalmente, sobre todo en las últimas cinco décadas, con una herramienta que busca sustituir la carencia de fuentes de información comprobables: esto es lo que se denomina lógica de la situación.[viii] A partir de los datos que se posean sobre un evento o situación histórica determinada, el historiador proceder a atar cabos según los rasgos del contexto socio-cultural en el cual se inserte el fenómeno estudiado. De esta manera, se intenta reconstruir, con la aplicación de aquellos rasgos, lo que podría asumirse como lógico (o verosímil) dentro del contexto dado y, luego, interpretar, este hecho histórico, aun a pesar de nuestras carencias informativas. En el caso de la historia de Israel vale más la lógica situacional que la comprobación fáctica de lo que pueda afirmarse, lo que no deslegitima lo que pueda llegar a exponerse.
Nuestro conocimiento sobre el contexto socio-cultural en el cual nace, se desarrolla y consolida el pueblo judío en la antigüedad no es, en modo alguno, de la profundidad requerida para aplicar la lógica situacional a la relación del rey David con la ciudad de Jerusalén. No obstante, intentaremos esbozar algunos elementos que nos han parecido notables a este respecto.
El hecho más resaltante es que el rey David, sin importar que tan poderoso pudiera haber sido para el momento de tomar Jerusalén,[ix] declaró a esta ciudad como suya. No la hizo capital de un reino unificado sino que la convirtió en una suerte de fortaleza personal desde la cual divisar todo lo conquistado y dominado. El que esta ciudad adquiriera una dimensión política (y religiosa) especial en manos de David va más allá incluso del modo cómo éste se apropió de la misma.[x] Jerusalén hace su aparición como un escenario privilegiado por el gesto de un hombre.  
De modo pues que podríamos afirmar que, de alguna manera, David debió intuir que proveerse de un espacio especial, que le pudiera liar exclusivamente a su obra, le brindaría el poder amalgamante ante los dos reinos recién asumidos bajo un mismo monarca. Jerusalén no perdió, bajo el reinado de David, su condición de urbe internacional. Más aún al trasladarse a ella el Arca, la situación se hace mucho más interesante, sobre todo porque es una de las primeras acciones que el relato bíblico refiere a los momentos casi inmediatos a la conquista de la ciudad.[xi] Pero además, porque luce bastante lógico que quien quisiera hacerse con el poder hacia dos reinos diferentes a partir de un elemento común, trajese cerca de sí un objeto de carácter tan sagrado.
No podríamos errar demasiado al afirmar, pues, que la conquista de Jerusalén de parte del rey David y la subsiguiente relación que se establece entre el hombre y la ciudad, tiene todo los visos de ser históricamente muy probable. Y es que David con la adopción de este objeto [el Arca de la Alianza] no sólo se prometía una revalorización del santuario local de Jerusalén, sino al mismo tiempo una vinculación religiosa de las tribus septentrionales a su nueva residencia.[xii] Aunque Siegfried Hermann apunta que le parece curioso que los miembros del estado septentrional de Israel jamás reclamaron el Arca tras la desintegración política posterior,[xiii] no debe lucir esto tan ajeno a lo históricamente lógico, pues Jerusalén era conocida –aun en tiempos de su conquistador- como la Ciudad de David y es justamente esta condición la que la historia de Israel fuera de los relatos bíblicos ha de destacar.
La Ciudad de David se convierte entonces en una ciudad sagrada, que va más allá de cualquier condición política que pudiera otorgársele. No hay que olvidar entonces que esa condición sagrada, le fue impuesta por David al llevar a ella el Arca y al vincularse él mismo -el elegido de Dios, por encima de Saúl, para gobernar a su pueblo-, a este objeto venerado.  Curioso, en todo caso, resulta que el propio Hermann afirme que la conquista de Jerusalén y su nuevo estado de residencia regia, conjuntamente con su localización geográfica, había iniciado una evolución, que, hasta más allá de la época davídica, fue de mayor importancia para el acontecer del país y en especial para la ciudad.[xiv]
La historia del pueblo judío probablemente no pueda hoy ser comprendida sin Jerusalén y, por extensión, la figura de David, ligada indeleblemente a esta urbe, tampoco pueda borrarse en la posibilidad histórica de su existencia y sus acciones, no importa cuán comprobables éstas sean. Lo que el rey David haya hecho en realidad quizás nunca llegue a ser conocido con propiedad, pero la formación del estado que llevó a cabo este monarca lleva impreso su mérito y ello fue notado por las generaciones siguientes.
Debemos comprender que desde el punto de vista histórico, no tiene tal importancia el que David haya sido un rey de gran poder, en medio de un estado sólidamente estructurado. Lo que verdaderamente ha de llamar la atención de los historiadores es el hecho de que es en las acciones de David, no importa la magnitud real de las mismas, donde el pueblo judío ha ubicado el origen más diáfano de las formas políticas que requerían como pueblo elegido.
Este hombre no ha debido, sin embargo, haber actuado tan pobremente como podría pensarse, pues será sólo con David que empezaremos a notar en los textos sagrados la presencia de lo que podemos denominar una verdadera administración pública, una burocracia, con funcionarios adscritos a las distintas, y en buena medida nuevas, tareas.[xv] Esto ha de corroborar que la obra de David, una vez convertida Jerusalén en residencia regia y en lugar sagrado, fue bastante compleja.[xvi]
No obstante, debe reconocerse en medio de todo esto la sagacidad de David en torno a sus decisiones concernientes a Jerusalén, pues crea –casi de un día para otro- una capital política no contaminada por rivalidades tribales y una capital dentro de la tradición religiosa. No era una ciudad judaica ni israelita, era casi un cuerpo extraño dentro del nuevo estado,[xvii] una entidad superior a cualquier órgano político-administrativo de los reinos de Judá e Israel.
En este sentido, la figura de David surge entonces como un gobernante que se sitúa más allá de cualquier relación con los dos reinos de los cuales ciñe corona y consolida su posición pantribal,[xviii] porque su justificación más importante la hallamos en su legitimación religiosa.  Con el Arca de la Alianza en Jerusalén, David tenía bajo su custodia el mayor símbolo de la unidad tribal.[xix] Es probable que de aquí derivara la noción de
… una alianza entre el Dios de Israel y la dinastía davídica, sobre el modelo del pacto del Sinaí entre Israel y su Dios… Esta ideología de la corte tuvo como corolario el atribuirle al rey un estatus sagrado y darle el derecho de celebrar los actos de culto… No es sorprendente, por tanto que los hijos de David oficiaran como sacerdotes.[xx]

La cuna de oro de la que hablábamos algunos párrafos atrás queda perfectamente delineada con el nexo David-Jerusalén. Aunque el pueblo judío tenía ya, antes de los acontecimientos relacionados con el joven hijo de Jessé, una historia larga de peregrinación y padecimientos, de rescate y huidas, de esclavitud y liberación, será sólo con las acciones de David que el pueblo de Dios encuentre su lugar santo  y su cabeza política, desde los cuales construir un pueblo no ya en sentido espiritual, sino también material y de sensible identificación nacional.
Si recordamos las líneas del Segundo Libro de Samuel que citábamos mucho antes, veremos que el mensaje de Dios es bastante claro y apunto directamente a lo que acabamos de afirmar. Voy a hacer que tu nombre sea famoso entre los grandes de la tierra, con ello queda reconocida la larga serie de nombres grandes que han precedido a David y dentro de la cual habrá de destacar pues Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí y tu trono será estable eternamente. Dice Dios además que Yo fijaré un lugar para mi pueblo, Israel; allí lo plantaré y allí se quedará, haciendo clara la referencia a Jerusalén como centro, porque el mensaje ha sido enviado después de la conquista de la ciudad y  luego del traslado del Arca.
Finalmente, la dinastía de David queda bendecida por Dios y, de esta manera, se construye la definición nacional de un pueblo que, obviamente, ha debido estar buscándolo de la misma manera que otros pueblos lo han hecho a lo largo de la historia ante esa necesidad inobjetable de reconocimiento social en el presente, pero también en el pasado. Así, el reino de David ha podido ser de dimensiones modestas, pero en la memoria colectiva de Israel posee sin dudas unas dimensiones fabulosas, y casi legendarias.[xxi]
Es posible pensar que todo el relato bíblico de David pueda haber sido una creación propagandística, plena de intereses políticos de parte de los reyes de Judá, como afirma Jean-Louis Ska,[xxii] pero una obra con estas características ha debido matizar u ocultar ciertos deslices en la vida de David que no lo hacen muy probo como modelo. De modo que, no creemos que esta historia haya sido embellecida sobremanera como considera Ska.[xxiii]  En todo caso, podemos aceptar que ha sido exaltada con profusión y esto no sin razón: Jerusalén es la Ciudad de David y lo que esta frase encierra no es, en modo alguno, un detalle menor.
Sólo con la creación del Estado, primero nacional y luego territorial, se planteó Israel el problema de su identidad nacional[xxiv] y si a esto sumamos el hecho de que las fuentes de información que poseemos sobre el reino unificado son de redacción tardía, tendremos que éstas habrán de reflejar lógicamente la problemática de épocas notablemente posteriores, en las que el pueblo estaba pasando por experiencias enormemente desagradables.[xxv] No debe extrañar entonces al historiador actual que para el momento en que el relato bíblico referido al famoso rey fue escrito, podría tener un significado muy especial la reflexión sobre el valor y las victorias de David.[xxvi]
Debemos reconocer entonces que los relatos del Segundo Libro de Samuel y de Primer Libro de Crónicas puedan decirnos más de la mentalidad de momentos históricos distintos al del propio rey David. Ya lo reconoció el historiador alemán Jacob Burckhardt en el siglo XIX al afirmar que la Historia no era una relación de hechos neutrales sino el registro de los hechos que una edad encuentra notables en otra.[xxvii]
El David que, en el siglo XVI, dio a Florencia desde el relato bíblico un nuevo significado, proveyó además a los florentinos de un nuevo significado para el héroe bíblico. Si antes hablábamos de David y Jerusalén, ahora hablamos del David y Florencia. Para los florentinos, David era la esencia de la virtud cívica –valor, fortaleza, fe- así como Judith era el símbolo del triunfo del valor sobre la tiranía en la lucha por la libertad.[xxviii]
Tal y como afirma Ska, existe una distancia, a menudo considerable, entre los acontecimientos y su descripción en las Escrituras.[xxix] Empero, como ya hemos expuesto nosotros aquí, la historia y el historiador son una llave inseparable, tanto que resulta impensable evaluar en su esencia un relato histórico sin conocer a su autor. Al mismo tiempo, ante la falta de detalles precisos y comprobables, el historiador debe emplear su capacidad lógica para reconstruir un hecho en el pasado. Así pues, la lectura de la historia de David y Jerusalén no se limita únicamente a lo que la letra expresa en las páginas de la Biblia, sino que es posible enriquecerle, en función de nutrir su sentido, con la ayuda de quienes la escribieron, la leerían originalmente y la han leído a través del tiempo, interpretándola y haciéndola suya.
La figura del rey David tiene una larga herencia simbólica derivada no sólo de la Biblia, sino también de la Antigüedad. Es incluso probable que el relato bíblico se alimentara (aun indirectamente) de las historias sobre Hércules o de otros personajes de la mitología de culturas vecinas (amigas o enemigas). Lo mismo en torno a Jerusalén, que podemos relacionar con una ciudad como la Tebas egipcia, de gran importancia en tiempos de la esclavitud judía previa a la liberación liderada por Moisés.
Figura nº 2
Miguel Ángel
David, 1504
Galleria dell’Accademia, Florencia.
(Vista posterior)
Empero, bajo la diáfana cúpula de la Galleria dell’Accademia, en Florencia, se yergue gallarda la imagen del rey judío que Miguel Ángel creó (Fig. nº 2). En cierto sentido, el artista italiano hizo las veces de un historiador al momento de dar forma a la figura de este personaje bíblico y pudo seguir algunos de los modelos precedentes que tuvo a disposición: el barbudo rey de semblanza medieval, esculpido por Benedetto Antelami en 1215 para la fachada de la Catedral del Borgo de San Donino (Fig. nº 3); la estampa adolescente y sosegada del héroe que habían creado Donatello y Verrocchio en 1430 y 1475, respectivamente (Fig. nº 4 y 5).
Figura nº 3
Benedetto Antelami
El rey David, 1215
Catedral del Borgo de San Donino
Figura nº 4
Donatello
David, 1430
Museo Nazionale del Bargello, Florencia.
Figura nº 5
Andrea Verrocchio
David, 1475
Museo Nazionale del Bargello, Florencia.
  
En cambio, Miguel Ángel tomó el camino contrario al de la imagen del rey venerable y sabio, así como también al de la imagen del muchacho tranquilo y triunfador al que la gloria le ha sonreído. Este nuevo David no es un héroe victorioso, pues no tiene a sus pies la cabeza cortada del enemigo. Este es el David de la vigilancia, la fe y la esperanza.[xxx] La razón es clara: Florencia demandaba eso de sus ciudadanos en el momento en el cual Miguel Ángel crea la efigie de un joven latente de energía, con todo su potencial contenido en la vibración de sus músculos y venas, con la atención centrada en el enemigo y la mente diseñando la acción posterior (Fig. nº 6).
Figura nº 6
Miguel Ángel
David, 1504
Galleria dell’Accademia, Florencia.
(Detalle)
Es Miguel Ángel el historiador, pero también el intérprete de una historia que no vale por su veracidad, sino por su significado. Florencia se regocijó en 1504 con la imagen del David emplazado en el centro neurálgico de la civitas. El relato bíblico regocija a David en su ciudad, Jerusalén. Y si aceptamos la noción tradicional que coloca a David como el autor de los Salmos, bien vale concluir con algunos de sus versos:
El Señor es mi luz y mi salvación,
¿a quién he de temer?
El Señor es mi baluarte,
¿quién me hará temblar?[xxxi]

  
Bibliografía

Bible dictionary and concordance, Holman Bible Publishers, Chicago, 1952.
Ben-Sasson, H. H. (Dir.), Historia del pueblo judío, Vol. 1, Alianza Editorial, Madrid,
Bowker, John, The complete Bible handbook, Dorling Kindersley, Londres, 1999.
Gombrich, Ernst H., Ideales e Idolos, Editorial Debate, Madrid, 1999.
____________________.-, Temas de nuestro tiempo, Editorial Debate, Madrid, 1997.
Heaton, E. W., La vida en tiempos del Antiguo Testamento, Ediciones Taurus, Madrid, 1959.
Hermann, Siegfried, Historia de Israel en la época del Antiguo Testamento, Ediciones Sígueme, Salmanca, 1985.
Mitre, Emilio, Historia y pensamiento histórico, Ediciones Cátedra, Madrid, 1997.
Murray, Linda, Miguel Ángel, Ediciones Destino, Barcelona, 1991.
Nieto Alcalde, Victor, El Renacimiento, Ediciones Istmo, Madrid, 1983.
Popper, Karl. R., La miseria del historicismo, Ediciones Taurus, Madrid, 1961.
Soggin, J. Alberto, Nueva historia de Israel, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1997.
Ska, Jean-Louis, Los enigmas del pasado. Historia de Israel y relato bíblico, Editorial Verbo Divino, Navarra, 2003.


[i] J. Alberto Soggin, Nueva historia de Israel, p. 43
[ii] Cfr. J. Alberto Soggin, Op. Cit., p. 51
[iii] II Samuel 7 : 8-16
[iv] Siegfried Herrmann, Historia de Israel en la época del Antiguo Testamento, p. 217
[v] Cfr. H. H. Ben-Sasson, Historia del pueblo judío. Desde los orígenes a la Edad Media, p. 120
[vi] Siegfried Herrmann, Op.Cit., p. 204
[vii] 2 Samuel 5 : 6
[viii] Ver Ernst H. Gombrich, Temas de nuestro tiempo (1997) e Ideales e ídolos (1999); Karl R. Popper, La miseria del historicismo (1961)
[ix] Son muchas las discusiones, que aquí poco interesan, sobre si en realidad el reino encabezado por David era un estado propiamente dicho poderoso y capaz de ejercer un claro dominio de carácter expansivo, haciendo de este personaje uno de los monarcas más grandes de la antigüedad.
[x] Siegfried Hermann explica con claridad los aportes de la arqueología respecto a las posibles tácticas davídicas para sitiar la ciudad y tomarla, además de lo que el texto bíblico (2 Samuel 5 : 6-8) pueda decirnos. [Op. Cit., pág. 205]
[xi] 2 Samuel 6 : 1-17
[xii] Siegfried Hermann, Op. Cit., pág. 207
[xiii] Ibidem, pág. 207
[xiv] Idem.
[xv] J. Alberto Soggin, Op. Cit., pág. 100
Ver también 2 Samuel 8 : 15-18 y 1 Crónicas 18 : 14-17
[xvi] Soggin advierte que el imperio de David llegó a incorporar notables territorios habitados por poblaciones extranjeras y superaba con mucho los confines originarios de la madre patria, por lo que resultaba difícil de administrar… [Op. Cit., pág. 96]
[xvii] Siegfried Hermann, Op. Cit., pág. 213
[xviii] H. H. Ben-Sasson (Dir.), Historia del pueblo judío, Vol. 1, pág. 123
[xix] H. H. Ben-Sasson (Dir.), Op. Cit. , pág. 124
[xx] Ibidem, pág. 126
[xxi] Jean-Louis Ska, Los enigmas del pasado. Historia de Israel y el relato bíblico, pág. 93
[xxii] Ver Jean-Louis Ska, Op. Cit., pág. 94
[xxiii] Cfr. Ibidem, pág. 94
[xxiv] J. Alberto Soggin, Op. Cit., pág. 52
[xxv] Ibidem, pág. 53
[xxvi] Idem.
[xxvii] Jacob Burckhart citado por Emilio Mitre en Historia y pensamiento histórico, pág. 93
Vale decir además que, según Jean-Louis Ska, la Biblia no es un libro de historia real y que a menudo se encuentran más cerca de las obras de arte, pues no persiguen sobre todo la exactitud de una crónica fiel y detallada, sino transmitir un mensaje existencial a propósito de los acontecimientos que describen. Dicho de modo claro, pretenden <<formar>> más que <<informar>>. [Op. Cit., pág. 15]
[xxviii] Linda Murray, Miguel Ángel, pág. 40
[xxix] Jean-Louis Ska, Op. Cit., pág. 14
[xxx] Linda Murray, Op. Cit., pág. 42
[xxxi] Salmo 26 : 1

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